miércoles, 23 de mayo de 2012

Paulo Freire: Constructor de sueños

Haciendo un repaso por los contenidos sobre educación que hasta ahora hemos tenido la oportunidad de conocer, hemos realizado una parada obligatoria en una entrevista realizada a una de las personalidades más lúcidas e insignes en lo que respecta al ámbito educativo. Nos referimos al educador y gran teórico de la educación Paulo Freire, al que rendimos nuestro particular homenaje desde las páginas de este blog y al que le agradecemos el haber contribuido a enseñarnos a observar la educación a través de una mirada de libertad.
En esta vídeo-entrevista que ofrecemos y comentamos a continuación, titulada “Paulo Freire: constructor de sueños”, Paulo Freire nos conduce a una reflexión interna y personal sobre la educación, a través de la propuesta de varias premisas que considera que han de tenerse en cuenta como paso previo al desarrollo de la labor docente. El autor nos plantea de una manera desgarrada, pulcra, y en la totalidad de la crudeza que ofrece un alma arrebatada por completo por el ideal libertador de la docencia como medio para enseñar el acceso al verdadero carácter humano de la persona, una concepción de la educación que escapa a toda forma de alienación posible, que busca la libertad del individuo y la reafirmación de su dignidad como máximo estandarte, cuya reivindicación merece por derecho propio:
Paulo Freire nos señala en esta entrevista cómo el proceso de enseñanza no se encuentra segregado del ser del individuo, ni se debe entender como un acontecimiento ajeno o desligado de su experiencia vital, que se produce de manera artificiosa, protésica o impuesta por factores externos a la persona. El proceso de enseñanza, y en esto estamos totalmente de acuerdo con Freire, forma parte de otro proceso superior en el que se encuentra implicado, el proceso general de conocer, al cual el ser humano se encuentra abocado desde su nacimiento de una forma natural.
En esta entrevista, Paulo Freire nos lanza unos interrogantes de difícil solución que, desde nuestro punto de vista, se deben formular los docentes, para poder dar respuesta no sólo al alumnado, en las múltiples ocasiones en las que suele preguntar  sobre ello, sino también para dar sentido a su propia labor educativa: ¿Por qué es necesario el conocimiento? ¿Para qué se enseña?
Como sabemos, tanto el conocimiento como la posibilidad de acceso a la información constituyen dos bases fundamentales de poder. Por lo que, a su vez, se convierten en dos vías esenciales para que el individuo sea libre y pueda ejercer sus derechos en la sociedad, así como tomar sus propias decisiones, las riendas de su vida, contando con las herramientas necesarias para poder captar todo comportamiento, acción o mensaje sugestivo y, por consiguiente, poder contrarrestar las tendencias dirigistas que ejercen las élites sociales y económicas sobre la sociedad.
Pero, ¿se limita el conocimiento a la mera erudición?, ¿se restringe el saber al inmanentismo del “por sí” y “para sí”? Obviamente, el conocimiento no sólo es erudición, sino que permite al ser humano tomar consciencia de su realidad y, si dentro de esta consciencia de su propia existencia observa que en su realidad se está atentando contra su condición humana, el conocimiento le abrirá el camino para poder actuar de manera que procure transformarla. Todo ello es posible porque, como señala Paulo Freire, “el conocimiento humaniza”. Si el ser humano, dotado de razocinio, se ha esforzado a lo largo de la historia por la conservación y la transmisión de los conocimientos y saberes acuñados en los distintos momentos históricos, de preservarlos para que pudieran acceder a ellos las generaciones venideras, se debe a su utilidad práctica para la humanidad. Harto conocido es el dicho de que si conocemos nuestra historia contaremos con las herramientas necesarias para no volver a caer en los mismos errores del pasado. Otra cuestión diferente es si va implícita en la condición humana la tendencia a tropezar varias veces en la misma piedra.
Por otro lado, como señala Freire, para que alguien pueda enseñar es necesario también saber aprender. La comunicación educativa no consiste en un proceso unidireccional sin posibilidad de retroalimentación ni de intercambio de papeles comunicativos. Tanto el profesor como el alumno se necesitan mutuamente, la existencia de uno no tiene validez ni sentido sin la existencia del otro. En este sentido, podemos argüir que en el proceso de enseñanza-aprendizaje, tanto educador como educando se educan recíprocamente. El profesor no sólo debe contar con los conocimientos epistemológicos o enciclopédicos necesarios que le permitan transmitir una serie de saberes sobre alguna materia, ciencia o disciplina, a los alumnos, sino que debe aprender a enseñar, a transmitir, a comunicar y a sentir, atendiendo a las características y necesidades particulares de los alumnos y, siempre, respetando la dignidad y la libertad de los mismos. Además, al igual que sucede en todo intercambio comunicativo, es indispensable que el docente tenga consciencia de los conocimientos previos que posee el alumno, para poder conectarlos con los nuevos, de manera que las implicaciones puedan ser inferidas con facilidad por parte su alumnado y se enriquezcan sus esquemas cognitivos de una manera estable y significativa. Pero el educador no sólo debe ser capaz de determinar cuál es el nivel de conocimiento epistemológico de su alumnado, sino que debe saber partir su nivel ideológico y cultural particular.
Si continuamos la comparación del proceso de enseñanza-aprendizaje con cualquier otro tipo de proceso comunicativo, nos daremos cuenta de que, como afirma Freire, resulta de suma importancia para que el proceso de enseñanza-aprendizaje se desarrolle de una manera satisfactoria, que se realice un análisis previo acerca de cómo se dan las relaciones entre el profesor y el alumno, relaciones que deben fundamentarse en una práctica democrática. Para que esto sea posible, es necesario que el docente desarrolle una serie de cualidades. Freire resalta como una de las cualidades fundamentales que debe poseer el docente, la humildad. Estamos totalmente de acuerdo con la idea de que la humildad humaniza al docente, fomenta la confianza de los alumnos en el profesor y favorece que el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje evolucione de una manera fluida, cómoda y cordial, en un ambiente distendido, ajeno a toda tensión generada por actuaciones autoritaristas, que redundan en la creación de ondas elípticas de discordia y malestar. La humildad implica, también,  que el docente no sienta miedo o vergüenza cuando no sabe dar respuesta a alguna pregunta formulada por sus alumnos, por lo que la generación de un ambiente de confianza y naturalidad favorecerá que el docente no vea en las cuestiones de sus alumnos actitudes desafiantes que buscan dejarlo en evidencia. En este sentido, hay que mencionar también, que si el docente persigue que los alumnos desarrollen su lado humano, debe predicar con el ejemplo, es decir, es necesario que el docente muestre su humanidad. Pero no todo en la docencia consiste en predicar con el ejemplo, no todo aprendizaje se produce a partir de la captación de la esencia del ser. Obviamente, resulta indispensable que el docente adquiera habilidades y técnicas que le permitan trabajar aquellos otros aspectos, que entran dentro del espectro humano y no forman parte de los fenómenos racionales que tienen lugar en el aula, aspectos tales como la pasión, los miedos, los deseos, los sentimientos, las emociones, las sensaciones, etc.
Otra de las ideas expuestas en la entrevista a Paulo Freire, que nos ha resultado de especial interés, guarda relación con el hecho de que se suele culpar a los métodos pedagógicos de los problemas educativos, cuando dichos problemas derivan de la propia complejidad que entraña en sí misma la educación, como proceso en el que  ejercen una fuerte presión la vertiente ética y la vertiente política de la sociedad. La escuela es un pequeño microcosmos que viene a proyectar, reflejar o imitar el modelo estructural de la sociedad actual. Si en la sociedad existen condicionantes que persiguen persuadir al individuo, sugestionarlo y privarlo de voz, para dominar sus movimientos y pensamientos, con la intención de impedir el cambio o la ruptura con los esquemas dominantes, es necesario que la escuela se convierta en una tribuna en la que el alumno pueda alzar su voz contra la opresión, de modo que constituya un espacio adecuado, ajeno al miedo, para que le sea posible adoptar una actitud crítica ante lo que le rodea.
Parafraseando a Freire, resultaría ingenuo pensar que las clases dominantes permitieran a las dominadas formar una actitud crítica ante las circunstancias de su entorno. El poder no quiere ceder ni un ápice de terreno a la sociedad, porque si manifiesta algún atisbo de vacilación, se vería menguada su capacidad para dominarla y doblegarla. En este sentido, cabría formularse la siguiente pregunta: ¿realmente existe la libertad entre los individuos de una sociedad? Desde luego, en toda sociedad hay implantado un sistema jerárquico en el que siempre habrá regentes y regidos, subordinantes y subordinados, por lo tanto, ¿hasta dónde llega nuestra libertad real y efectiva? ¿Es nuestra consciencia de libertad más grande que nuestra libertad factible? ¿Constituye nuestro deseo de sentirnos libres el opiáceo que enturbia nuestra capacidad para dilucidar nuestra situación real?
Continuando con el análisis de las palabras vertidas por Freire en esta entrevista, también queremos hacer referencia a otros dos requisitos que se mencionan como deseables en la configuración de la personalidad del docente: la sensibilidad y el gusto estético.  Desde esta perspectiva estética, Freire concibe la educación como una obra de arte que conjuga lo estético con lo ético, de modo que el docente sea capaz de respetar en todo momento los límites de la persona, los sueños de los alumnos y sus miedos. La sensibilidad del profesor permite captar las necesidades de los alumnos en cada momento y desarrollar una enseñanza individualizada, de manera que posibilite a sus alumnos enfrentarse a sus miedos y temores, para así evitar inseguridades y comportamientos conformistas que se sustenten en la mera resignación sin opciones de mejora. En este sentido, cabe argumentar que la observación por parte del docente es una tarea necesaria para poder graduar y modular el ritmo de la clase a partir de las reacciones de los alumnos. Por lo tanto, el docente debe ser un gran intérprete tanto del lenguaje verbal, como del lenguaje no verbal de sus alumnos, para poder captar aquello que en ocasiones inconsciente, en ocasiones conscientemente, huye de la palabra para diluirse en una mirada, un gesto, un suspiro o un silencio.

Como indica Freire, si el alumnado vive sometido al silencio, debe encontrar la manera de romper ese silencio. Y, precisamente, le corresponde al docente la compleja tarea de ofrecer al alumno vías para que pueda alcanzar esa ruptura con el silencio, puesto que educar no es sólo enseñar teorías, sino enseñar a los alumnos todas las formas posibles de ser libres o de ser más libres.
Paulo Freire aboga por la práctica de una pedagogía basada en el diálogo. Plantea la educación como un proceso dialógico de ida y vuelta, orientado a romper el silencio esclavizador de la “sociedad oprimida”, para que pueda recuperar la palabra que le ha sido negada o arrebatada desde las altas esferas del poder. Como señala Freire, tanto el educador como el alumno, a través de un diálogo sincero, claro y franco, aprenden, enseñan y reinventan la historia, es decir, pueden promover los cambios y las transformaciones necesarias para poder desarrollar una existencia digna, una existencia en la que la voz de la sociedad no sea acallada con las ligaduras impuestas por el poder. Citando a Freire, “Como educadores y educadoras somos políticos, hacemos política al hacer educación”. Inevitablemente, el docente lleva consigo toda su carga humana, ética, ideológica y política cuando desarrolla su labor educativa en el aula. No obstante, esta idea de Freire va más allá de la identidad que el docente proyecta de sí mismo sobre el alumnado en el aula, puesto que para Freire el hecho de que la educación sea un mecanismo para hacer política va referido al papel fundamental que puede ejercer la escuela, como liberadora de las sugestiones dirigistas que las élites políticas y económicas ejercen sobre el pueblo, a su poder desalienador, en última instancia. Sólo adquiriendo consciencia de los problemas que oprimen a la sociedad será posible fomentar la actitud que conduzca al cambio, a la transformación
Como señala Freire, pese al poco reconocimiento que se le suele conceder a la labor educativa, hay que tener en cuenta que la educación contribuye de un modo esencial a la clarificación de las consciencias. Esta clarificación de las consciencias de las personas es esencial para que puedan actuar y organizarse, de modo que puedan orientar sus actuaciones a que se produzcan las transformaciones necesarias en la sociedad para conseguir una vida en libertad y de forma digna. En este proceso de clarificación de las consciencias, el docente tiene el deber de ir mostrando, poco a poco, las consecuencias positivas de llevar a cabo un proceso crítico de conocimiento del mundo, en el que el inconformismo, el cuestionamiento de problemáticas y la aportación de posibles soluciones contribuyan a la creación de un mundo en el que prevalezca la equidad, la solidaridad, la tolerancia y la igualdad de oportunidades y derechos entre todos los individuos. Luchar por un bien común no significa engrosar las cuentas corrientes de las élites sociales, sino ofrecer posibilidades de mejora a aquellos que más lo necesitan.
Para Freire, allí donde se impone una ideología dominante siempre hay involucradas “metodologías bancarias”, que persiguen impedir a los individuos pensar más allá de los datos que el poder considera que el pueblo debe conocer. Por lo tanto, tiene lugar una limitación de acceso al saber para garantizar el inmovilismo social. Si la persona no reflexiona sobre la esencia de los hechos, no adopta una actitud crítica ante lo que le rodea para adquirir consciencia de su condicionamiento, y no ocupa el pequeño poder que tiene para luchar contra los condicionamientos a los que se ve sometida por las élites sociales, no podrá actuar por sí misma, no podrá liberarse de límites a los que se ve sometida por el poder dominante. Para que el individuo pueda hacer uso del minúsculo poder que tiene para transformar la realidad y ser libre, es necesario que sea capaz de comprender el mundo de una forma crítica. Pero, para que sea factible esa transformación, es necesario que se produzca una combinación de esfuerzos, una suma de individualidades que orienten sus actuaciones hacia la consecución de un bien común.
En este sentido, si el individuo es capaz de reconocer el condicionamiento que el poder ejerce sobre él, no dejará instantáneamente de estar condicionado, pero esta consciencia de sentirse condicionado hará que no se sienta determinado, es decir, posibilita que pueda actuar para que se produzca una transformación y que no asuma la resignación como única respuesta posible.
Hay personas que no apuestan por promover el cambio, porque consideran que existe el riesgo de que los oprimidos se conviertan en opresores. Ese riesgo existe, pero es importante evitar la pasividad para poder pensar en la libertad como una realidad factible. Además, la mera existencia ya implica un riesgo en sí misma.
En lo que respecta a la necesidad de que se desarrolle y se lleve a cabo una reforma educativa, Freire opina que las escuelas no se transformarán a partir de ellas mismas, de forma interna e independiente del resto del entorno, pero tampoco es posible la reforma si las escuelas no aceptan el proceso de cambio que se está produciendo en la sociedad. Es decir, las escuelas no pueden ser recintos cerrados que ignoren los cambios que se están produciendo en el exterior. La reforma de la educación no puede dejar de venir de fuera, pero tampoco puede dejar de partir de dentro. Debe producirse como resultado de un proceso dialéctico entre la escuela y la sociedad. No obstante, existe una resistencia en contra de la reforma educativa promovida por ideales autoritarios, que justifican el inmovilismo a través de argumentos banales, ante los cuales no se ofrecen propuestas de solución. Como indica Freire, si la estructura actual del sistema educativo no permite que exista un diálogo real entre la escuela y el entorno, es necesario cambiar la estructura, es decir, modificar el curriculum, entendiendo dicho curriculum como la totalidad de la vida dentro de la escuela.

En definitiva, como afirma Freire, es necesario tomar consciencia de que nadie lo sabe todo, pero tampoco lo ignora todo. Hay que infundir en el alumno la esperanza de que se puede conseguir una mejora en todos los ámbitos de la vida a través de la unión de los esfuerzos individuales, puesto que “es posible la vida sin sueño, pero no la existencia humana y la historia sin sueño”.

1 comentario:

  1. Excelente entrada. Freire era uno de los pilares del pensamiento crítico de los docentes. Yo también lo leí, hace ya un montón de años, para formarme como maestro. Su doctrina sigue siendo de actualidad; quizás ahora en tiempos de crisis económica y política, más todavía. Alguna vez lo he citado en clase, ¿verdad? Buena elección y buen trabajo. Como siemrpe en vuestro caso.

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